La tragedia que ocurrió en el CCH Sur es viral. Un estudiante asesinó a un compañero con un arma blanca dentro del plantel. El atacante, de nombre Ashton, incluso había subido a Facebook publicaciones con fotos, que pasaron desapercibidas dentro de sus contactos, un posible grito de auxilio.

¿Cómo llegamos a esto que ocurrió en el CCH Sur? la respuesta puede ser incómoda.

Estos hechos no nacen de la nada y mucho menos cuando la salud mental es un tabú.; se origina de silencios, de falta de espacios para hablar de emociones y de una educación que sigue pensando que la mente es un accesorio o un tema de “moda”. En muchas escuelas la meta es tener una boleta llena de buenas calificaciones en matemáticas, inglés y otras materias, pero ¿cuántos maestros nos enseñaron a manejar la frustración, a reconocer la ansiedad o a pedir ayuda sin miedo al estigma? Pocos, o ninguno (pero tampoco es que estén preparados para esto dentro de sus sistemas).

La educación emocional sigue siendo un lujo, cuando la debemos ver como una necesidad, como aprender a leer y escribir. Los programas de salud mental deberían de ser “de cajón” y no aquellas pláticas que tienen lugar una vez al año (si bien nos va) porque sí hay señales de alerta que se podrían detectar. Y no es un golpe a los docentes, no es transformarlos en psicólogos, pero sí un comentario a las instituciones que deben ser responsables para mirar directamente a su comunidad estudiantil cuando un alumno muestra señales evidentes de sufrimiento. La salud mental sigue siendo un tabú, y ese silencio es cómplice de tragedias como la del CCH Sur. No basta con asustarnos o indignarnos cada vez que estas noticias llegan a nosotros para olvidarlas el día de mañana; necesitamos cambiar la cultura del “aguántate” por la cultura del “cuéntame qué te pasa”.

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